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viernes, 27 de mayo de 2011

TEMA 10. ÉTICAS TELEOLÓGICAS. EL BIEN COMO FINALIDAD (EXAMEN DÍA 8 DE JUNIO)

TEMA 10-11. ÉTICAS TELEOLÓGICAS. EL BIEN COMO FINALIDAD. ÉTICAS DEONTOLÓGICAS. DEBER Y JUSTICIA.

Hay quienes consideran que los seres humanos orientan sus decisiones y su comportamiento para alcanzar ciertos bienes deseables: este es el fundamento de las éticas teleológicas, entre las que destaca la elaborada por Aristóteles. Según este pensador, la felicidad es el mejor de los bienes, el fin más perfecto, que, al ser deseable por sí mismo, constituye la referencia ética fundamental para decidir entre las opciones que libremente tomamos a lo largo de nuestra vida.

I.LAS TEORÍAS ÉTICAS
1. La conciencia moral
Solemos entender por conciencia moral la capacidad de conocer y juzgar sobre la bondad o maldad, licitud o ilicitud moral de las acciones en general y de las propias del que las hace en particular. Esa capacidad constituye el acto de saber conocer, sentir o juzgar sobre la bondad o la maldad, licitud o ilicitud de la acción que hemos hecho, estamos haciendo o vamos a hacer y, por extensión, de aquellas que hacen, han hecho o pueden hacer otros.

2. La ética como filosofía de la moral
La ética es una reflexión sobre la moral y, por tanto, se expresa en un lenguaje práctico porque expresa mandatos y orientaciones para la vida.
La moral comprende tanto el comportamiento propiamente humano como las normas de actuación y las decisiones que constantemente estamos tomando.

3. La teoría ética
Una teoría ética es un modo de interpretar la realidad moral que sirve para analizar y aclarar lo que conocemos por experiencia. La capacidad para reflexionar sobre nuestros actos hace que nuestro comportamiento no sea meramente instintivo, es decir, de simple reacción ante los estímulos.
En nuestra vida diaria estamos acostumbrados a tomar decisiones. Preferimos una cosa en lugar de otra. Consideramos que una acción es buena o es mala sin que necesitemos pensarlo mucho, es decir, le estamos asignando un valor. El valor moral consiste en adjudicarle una cualidad a una acción que la hace preferible sobre otra y es un concepto muy importante en la elaboración de las teorías éticas.

4. Tipos de teorías éticas
Los distintos valores morales y las diferentes interpretaciones de la moral hacen surgir diferentes tipos de teorías éticas dependiendo de la importancia que se conceda a uno u otro aspecto.
A lo largo de la historia de la reflexión ética se han formado dos grandes grupos de teorías:
- Las éticas de fines son las que explican la moralidad humana basándose en la búsqueda de los bienes y, por tanto, entienden que las decisiones se toman pensando en las consecuencias de las acciones. Son las teorías teleológicas.
Entre ellas destacamos la teoría aristotélica llamada eudemonista, porque para esta teoría el máximo bien es la felicidad (eudaimonia significa felicidad en griego). La ética cristiana también se encuentra dentro de este tipo de teorías, puesto que el bien es la contemplación de Dios.
- Las éticas del deber conceden mayor importancia a los principios o a las normas que deben ser cumplidas, puesto que se consideran como buenas en sí mismas. No tienen en cuenta las consecuencias.
El filósofo Immanuel Kant es quien representa este segundo grupo de teorías. Su visión de la ética es completamente diferente a las anteriores porque se fundamenta en el cumplimiento del deber que nace de la razón.

5. El fundamento de la vida moral
La ética no se conforma con la mera explicación de los hechos morales, es un tipo esencial de reflexión porque está dirigida hacia la práctica. Su principal función es la orientación y guía para vivir la vida. No nos obliga a nada, aunque sirve para ampliar nuestras posibilidades, formar nuestro carácter y ser dueños de nosotros mismos. Es una sabiduría necesaria para no cometer errores.
La vida moral es propia del género humano como tal, es decir, con independencia de que se pertenezca a una cultura u otra, se viva en un país u otro, se esté en una u otra parte del planeta. Se la llamaba moralitas in genere para describir el hecho de que el ser humano no puede sustraerse a la vida moral, es decir, siempre es moral de alguna forma, por lo que no tiene sentido describir una conducta como a-moral; sería una conducta no humana. En este sentido, ningún acto es a-moral. Puede ser más o menos honesto, más o menos villano, más o menos bueno, más o menos in-moral, pero nunca a-moral. El ser humano es constitutiva y estructuralmente moral.

II. LAS ÉTICAS DE LOS FINES Y LAS ÉTICAS DEL DEBER
1. Éticas de los fines
Son las éticas llamadas también teleológicas, debido a que el término griego telos significaba fin. En este grupo de teorías se empieza por el planteamiento de un fin que se considera como el máximo bien. Las consecuencias de nuestras acciones sirven para considerar cuándo son buenas o malas dependiendo de si se acercan o no al bien propuesto.
Dentro del grupo de las éticas teleológicas, nos encontramos con tres tipos de teorías:
a) Las teorías hedonistas: consideran que lo moralmente bueno es el placer y el alejamiento del dolor. Esto es lo que nos orientaría a la hora de tomar nuestras decisiones. Epicuro elaboró una teoría ética de este tipo.
b) Las teorías eudemonistas: para las que la felicidad es el bien supremo que guía nuestras acciones. La vida moralmente buena nos lleva necesariamente a la felicidad. A esta clase pertenece la ética aristotélica.
c) Las teorías utilitaristas: tienen en cuenta la felicidad general basada en el bienestar del mayor número de personas.

2. Éticas del deber
La palabra deber se decía en griego deón, por lo que a estas éticas se las ha llamado también éticas deontológicas. El deontologismo tiene, básicamente, dos clases:
a) Teorías deontológicas intencionales: las consecuencias de nuestras acciones no sirven para considerarlas como buenas o malas, porque eso significaría que habría una ley exterior que nos esclavizaría. Dependeríamos de un fin, exterior al ser humano, que nos haría perder la libertad.
Más que las consecuencias, lo que cuenta es la intención. Por ejemplo, según este sentido, mentir es malo siempre, con independencia de las consecuencias que pueda tener. Este era el sentido del deontologismo originario, cuyo representante más importante es Kant. Según este filósofo, lo fundamental es el cumplimiento de la ley moral, impuesta por la razón, no las inclinaciones naturales hacia ningún bien.
b) Teorías deontológicas actuales: En este caso, las consecuencias tienen mayor importancia, porque más que la vida feliz, les interesa el concepto de lo justo. Esto significa que para considerar una acción como buena o mala hay que tener en cuenta si produce mayor o menor justicia. La ética de la justicia de John Rawls y la ética del dialogo de Karl-Otto Apel representan este modelo de interpretación de lo moral.

3. Diferencia entre deontologismo y teleologismo
La importancia concedida a las consecuencias es principalmente lo que distinguía al teleologismo del deontologismo en su sentido originario. Actualmente, el teleologismo se sigue centrando en la vida feliz, mientras que el deontologismo considera que hay que cumplir el deber que tenga consecuencias justas.
La principal ventaja de la ética de fines es precisamente que nos ofrece unos contenidos concretos para llevar a cabo una vida feliz. Favorecen el planteamiento de un proyecto vital que sirve de orientación para nuestras decisiones. Por el contrario, las éticas del deber inciden en el cumplimiento de un deber que libremente nos imponemos a nosotros mismos, por ello fomentan el sentido de la responsabilidad y del compromiso.

III. PRINCIPALES TEORÍAS TELEOLÓGICAS
1. La ética aristotélica
El filósofo griego Aristóteles se propuso aclarar el significado de la felicidad para aplicarlo a la práctica en la vida de las personas. Si sabemos lo que es la felicidad, podremos llevar una vida feliz.
La felicidad es la realización de la actividad más propia del ser humano, es decir, del uso de la razón. Por ejemplo, un violín está diseñado para hacer música; si se utilizara para otra cosa, no será feliz. Una persona que no ejerciera la razón tampoco sería feliz porque no lograría la máxima perfección de la que es capaz.
Una vez que se comprende que el bien más perfecto es la felicidad, el modo para alcanzarla es mediante la práctica de la virtud moral. Las virtudes morales no son acciones ocasionales, sino hábitos de conducta que son el resultado de una educación y del ejercicio reiterado de nuestros actos.
Una persona virtuosa es aquella que tiene el hábito de elegir siempre conforme al justo medio entre dos extremos, con el fin de orientar su vida manteniendo la tendencia al máximo bien propuesto. El extremo siempre es un vicio, tanto por exceso, como por defecto. Por ejemplo, para tener salud no es conveniente ni comer en exceso ni de forma insuficiente, sino de forma equilibrada.

2. El hedonismo de Epicuro
El fundamento de la ética de los epicúreos se encuentra en la búsqueda del placer y la huida del dolor. A este tipo de teorías se les llama hedonistas debido al término griego hedoné, que significa placer.
El concepto de placer se refiere a la ausencia de molestias que perturben el ánimo y a los placeres de tipo espiritual más que estrictamente material. Los epicúreos consideraban que el hombre prudente sabe administrar razonablemente los placeres con el fin de evitar consecuencias que le causen dolor.

3. La ética cristiana
Los dos grandes pensadores de la ética cristiana son san Agustín y santo Tomás, quienes toman muchas de las ideas de los filósofos griegos.
San Agustín toma la idea del Bien desarrollada por Platón y la adapta a la visión cristiana. Considera que el hombre puede obtener la mayor felicidad mediante la contemplación de la verdad en Dios.
Según santo Tomás, todas las acciones de los hombres deben tender de forma natural a Dios porque es el Bien Supremo. Esa tendencia, llamada providencia, no elimina la libertad humana porque Dios guía a los hombres, no los fuerza a hacer nada en contra de su voluntad. Es libre para elegir el camino de su felicidad.

4. El utilitarismo
El utilitarismo es una teoría ética que surgió en Inglaterra a finales del siglo XVIII desarrollada por Jeremy Bentham y posteriormente por John Stuart Mill. Es una teoría teleológica que considera que el bien es lograr la máxima felicidad posible para el mayor número de seres vivos. Este es el principio de utilidad, según el cual llamamos buenas a aquellas acciones o reglas que incrementan la felicidad general, y consideramos como malas a las que generan infelicidad.
Los antecedentes del utilitarismo se encuentran en la ética de Epicuro, aunque en este caso se trataba de la felicidad del individuo, mientras que los utilitaristas tienen en cuenta la felicidad de toda la colectividad.
El criterio moral de los utilitaristas es hedonista, porque la mayor felicidad es en realidad el mayor placer o el alejamiento de lo que nos produce dolor. Según esto, podría decirse que el utilitarismo es un hedonismo social.
Cuando los utilitaristas hablan de los placeres como finalidad, se refieren a una situación de bienestar psicológico en la que se satisfacen asimismo las necesidades propiamente humanas y, por tanto, las que están relacionadas con la capacidad de razón.

IV. PRINCIPALES TEORÍAS DEONTOLÓGICAS
Para ser libres debemos cumplir la ley moral que surge de nosotros mismos, es decir, nace de la propia convicción de que hacemos lo correcto. Por eso, nada ajeno a nosotros nos mueve cuando cumplimos con nuestros propios principios y, por tanto, es cuando se manifiesta nuestra libertad. El fundamento de la ética ya no es tanto la búsqueda de un fin concreto, sino el cumplimiento de lo que consideramos como deber, manteniendo siempre como referencia la dignidad humana y la justicia.

1. La ética kantiana
Las éticas de fines buscan un bien exterior al ser humano, lo que supone perder autonomía. Kant critica las teorías teleológicas, porque si lo que es bueno es el resultado de nuestras acciones, nos dejaríamos llevar por nuestros deseos e inclinaciones hacia las cosas de tal forma que no seríamos dueños de nuestros actos.
La ética de Kant es una teoría del deber, ya que Kant consideraba que la moral debe nacer desde dentro del hombre para tener plena autonomía y hacer uso de su libertad. Lo bueno no puede depender de las consecuencias de nuestras acciones. Como el ser humano en un ser dotado de razón, ahí debe encontrarse el principio que fundamente nuestras acciones.
La razón se puede usar para conocer el mundo o también puede tener un uso práctico para orientarnos en nuestra vida y saber lo que debemos hacer. Kant llamó buena voluntad a ese uso de la razón que determina cuándo una acción es buena por sí misma sin necesidad de conocer las consecuencias. La buena voluntad se ocupa de establecer los principios para actuar, es decir, de fijarse a sí misma una ley moral. Sólo una voluntad que obra por deber se puede decir que es una buena voluntad.
Para Kant, la ley moral se expresa en forma de imperativo porque impone una obligación, pero las acciones deben realizarse porque así lo dicta nuestra razón práctica. De ahí que el deber tenga la forma de imperativos categóricos.
Los imperativos categóricos se diferencian de los imperativos hipotéticos en que éstos ordenan algo como medio para alcanzar un fin propuesto. Por ejemplo, la orden “debo estudiar para aprobar los exámenes” es de tipo hipotético, mientras que la orden “debo estudiar porque es mi obligación” es de tipo categórico, porque no busca un fin más allá de su cumplimiento por respeto a la propia ley moral.
El imperativo categórico obliga a todos de forma universal porque está fundamentado sobre la razón y no depende de la experiencia ni de los fines que tenga cada individuo. La presencia de esta ley en nuestra conciencia demuestra que somos libres porque no depende de condiciones externas.
No existen varias razones, sino diferentes usos de una misma razón. Por un lado, el uso teórico de la razón se ocupa de conocer el mundo, y por otro, la razón práctica se ocupa de saber cómo se debe actuar. La buena voluntad no nos dice lo que hay que hacer, sino cómo debemos actuar. Por eso, la ética kantiana no da contenidos a la ética, sino que nos dice qué forma tiene que tener una ley para que sea considerada como una ley moral. Esta buena voluntad es realmente posible por la libertad, porque el ser humano es libre de actuar cumpliendo las normas que la propia razón práctica se impone como deber. Sin embargo, entre comprender una regla o seguir y aplicar una regla es necesaria una reflexión importante.

2. La justicia como deber social
Otra de las aspiraciones de los seres humanos es la justicia. Vivir en compañía de otros seres humano, convivir, es algo que nos hace humanos, pero que nos plantea problemas. La satisfacción de nuestras necesidades de desarrollo como personas debe estar en relación con las posibilidades de los demás.
La justicia consiste básicamente en el respeto a las otras personas y en la creación mediante la colaboración mutua de las condiciones que hagan posible el crecimiento personal de cada uno de los miembros de una comunidad.
Uno de los autores que más han tratado el concepto de justicia es el norteamericano John Rawls. El problema de la justicia consiste básicamente en saber cómo distribuir los derechos y deberes entre los ciudadanos para lograr los máximos beneficios y una adecuada cooperación social.
Se trata de conseguir una sociedad justa. Para ello, es necesario recuperar la tradición kantiana y apoyarse en unos principios éticos que sean válidos para todos. Rawls propone un procedimiento racional para conseguir una sociedad justa, y los principios de la justicia sobre los que se basaría una sociedad verdaderamente justa son:
Igualdad de derechos y libertades que pudieran disfrutar todos los miembros de la comunidad sin distinción alguna.
Igualdad de oportunidades. Si hubiera desigualdad económica, sólo estaría justificada en el caso de que concediera el máximo beneficio a los miembros menos favorecidos de la sociedad.

La relación entre la justicia y la felicidad: Las instituciones sociales tienen el deber moral de ser justas. Esto hace posible que las personas que vivan en esa sociedad puedan desarrollar su propio proyecto ético y, por tanto, ser felices. Las personas pueden proponerse cualquier ideal ético siempre que haya un respeto básico a los principios de justicia. Ese límite es válido para todos; si no fuera así, no podríamos hablar de una sociedad justa.
Entre la felicidad y la justicia debe haber una relación de enriquecimiento mutuo, no de conflicto. El afán de justicia debe ser un componente necesario del ideal de felicidad. Esto significa que no podemos contentarnos con una felicidad basada únicamente en lo material; por el contrario, no podremos ser felices jamás si vivimos en una sociedad injusta sea cual sea nuestra condición.

La justicia como equidad: la justicia debe entenderse como la distribución equitativa de los derechos entre todos los ciudadanos. Si no fuera de este modo, se produciría la injusticia. Sin embargo, en las sociedades más desarrolladas económicamente tendemos a considerar que la felicidad es el bienestar material que vemos amenazado cuando se produce una exigencia de justicia. Parece que no es compatible la felicidad del individuo y un reparto equitativo de las ventajas sociales. Pero la justicia es una virtud esencial de las sociedades sin la cual no es posible una auténtica situación de paz y de cooperación comunitaria.

El fundamento racional de la justicia: Una teoría de la justicia liberal que quiera responder a la complejidad y pluralismo de las sociedades modernas tiene que estar guiada por principios de imparcialidad, equidad y neutralidad. De esta forma, se está construyendo un determinado modelo de razón práctica, donde el ser humano es un agente racional que:
• tiene un interés con el que ordena sus deseos,
• entiende la libertad como emancipación,
• necesita un conjunto de normas compartidas para regular su acción, y
• está obligado a calcular de manera permanente para orientar la vida humana.

3. La persona dialogante
El uso de la palabra es un medio privilegiado para solucionar los conflictos. Una de las condiciones básicas para que exista verdadera comunicación es que las personas tengan una disposición activa para escuchar y mantener un diálogo. Se trata de fomentar nuestra capacidad para dialogar mediante el desarrollo de una serie de habilidades como la empatía, el respeto y la actitud activa.
La palabra humana es palabra compartida, y por ello no sólo explica el origen de nuestro pensamiento, sino también el sentido de nuestras acciones y compromisos.
El diálogo deja siempre una huella en nosotros. Lo que hace que algo sea un diálogo es el hecho de que hayamos encontrado en el otro algo que no habíamos encontrado aún en nuestra experiencia del mundo. El diálogo posee una fuerza transformadora. Cuando un diálogo se logra, nos queda algo y algo queda en nosotros que nos transforma. Por eso, el diálogo ofrece una afinidad peculiar con la amistad.

Rasgos de la persona dialogante:
a) Es capaz de sentir empatía, es decir, de ponerse en el lugar de la otra persona, comprenderla verdaderamente.
b) Antes de tomar una decisión, recopila toda la información. No se deja llevar por los sentimientos.
c) Es una persona asertiva. Expresa sus emociones sin dejarse manipular, ni tampoco manipula a los demás.
d) Utiliza argumentos para fundamentar sus opiniones. Rectifica sus ideas si encuentra mejores argumentos en contra.
e) Es una persona que tiene una actitud solidaria. No impone sus intereses por la fuerza.
f) Es responsable y asume las consecuencias de sus acciones y compromisos.
g) Mantiene una actitud de escucha sincera y activa. Atiende a los argumentos de su interlocutor.

El diálogo como fundamento ético
La solución a los graves problemas que tiene el mundo actualmente requiere unas soluciones basadas en la razón con el fin de que su aplicación sea universal. Karl-Otto Apel y Jürgen Habermas fueron los pensadores que desarrollaron la teoría ética del diálogo a partir de los años setenta, basándose en la necesidad de admitir normas que valgan para toda la humanidad y que se cumplan obligatoriamente.
La ética del diálogo se basa en este principio de universalización kantiano, aunque se diferencia en la forma de establecerlo. El punto de partida de la ética de Kant era la conciencia de deber, mientras que para la ética del diálogo, el criterio moral universal se basa en la argumentación. Es una forma dialogada de imperativo categórico.

La situación ideal de habla universal
El diálogo es un procedimiento para establecer esas mínimas normas universales. No sirve para cualquier tipo de conversación ni un uso instrumental que tenga como fin el logro de un interés particular. Un diálogo válido debe cumplir una serie de condiciones:
• Debe ser una verdadera acción comunicativa en la que las personas que intervienen no se manipulan ni se toman como medio para conseguir otra cosa. No existe la coacción y tiene como objeto el entendimiento mutuo.
• Se debe dar una situación ideal de habla universal en la cual todos los afectados por una norma puedan expresar sus intereses y se imponga solamente el mejor argumento, sin recurrir a la fuerza. Es necesario que haya condiciones de igualdad entre los interlocutores para que se tengan en cuenta sus condiciones y sus razonamientos.
El diálogo es un criterio moral para saber si una norma es justa o no, por ello debe tomarse en serio. Una discusión en la que no se pretenda la comprensión de los argumentos de las personas es incapaz de dar respuesta a soluciones. El uso de la palabra sirve precisamente para resolver conflictos y por ello se le debe dar prioridad sobre cualquier otro medio.

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